Residuo cero en la empresa: de la teoría a la práctica

Este artículo se ha realizado en el marco de la Resolución de IVACE de concesión de una subvención al Consejo de Cámaras de la Comunitat Valenciana, para el fomento de la Sostenibilidad en el año 2025

La sostenibilidad ha dejado de ser un objetivo abstracto para convertirse en un factor determinante de competitividad. Las empresas que apuestan por modelos de gestión responsables no solo mejoran su reputación, sino que también optimizan costes, cumplen con normativas cada vez más exigentes y se posicionan ante un mercado en el que la responsabilidad ambiental real —no el simple gesto cosmético— marca la diferencia. Ante este escenario, surge la pregunta clave: ¿cómo pasar de la teoría a la práctica en materia de residuo cero?

El primer paso, y el más transformador, es la reducción. Reducir no significa únicamente comprar menos, sino cuestionar procesos, rutinas y decisiones que generan residuos de manera automática. La digitalización efectiva, la sustitución de procesos en papel, la compra responsable o la optimización energética son acciones sencillas que demuestran impacto inmediato. En nuestra comarca, las empresas textiles que han incorporado fibras recicladas o tejidos postconsumo evidencian cómo la reducción en origen puede abrir nuevas oportunidades de mercado y disminuir significativamente la huella ambiental. La reflexión es inevitable: ¿cuántos residuos generamos cada día por costumbre, no por necesidad?

A continuación, la reutilización permite alargar la vida útil de materiales y productos, evitando que se conviertan prematuramente en desechos. En oficinas, comercios y fábricas, prácticas como dar segunda vida a embalajes, reparar mobiliario o habilitar espacios para material reutilizable reducen el volumen de residuos sin grandes inversiones. La logística inversa, incorporada por varias pymes locales, demuestra que recuperar embalajes o productos retornables no solo es viable, sino eficiente. Y aquí surge otra pregunta incómoda: ¿valoramos los objetos por su utilidad real o por la comodidad de reemplazarlos rápidamente?

Solo cuando reducir o reutilizar no es posible entra en juego el reciclaje, un paso imprescindible pero que debe ocupar el último lugar de la cadena. Si una empresa recicla “todo”, quizá debería revisar si está reduciendo lo suficiente. La separación adecuada, la formación interna periódica y los acuerdos con gestores autorizados marcan la diferencia entre un reciclaje efectivo y uno meramente simbólico. No es casualidad que varias empresas del sector del packaging en la zona hayan apostado por envases sostenibles o de cartón reciclado que facilitan la recuperación posterior. La cuestión que debería abrir debate es clara: ¿reciclamos porque creemos en el proceso o porque es la opción más cómoda de asumir?

Por encima de cualquier acción concreta, medir es esencial. No se puede avanzar hacia el residuo cero sin datos fiables. Auditorías internas, indicadores trimestrales y trazabilidad de residuos permiten tomar decisiones informadas y priorizar mejoras con impacto real. Un solo dato bien interpretado puede modificar una estrategia más que cualquier campaña interna.

A todo ello se suma un elemento fundamental: la cultura corporativa. El residuo cero no se alcanza únicamente con contenedores bien señalizados, sino con equipos informados, motivados y comprometidos. La comunicación interna, la formación breve y continua o el reconocimiento a las buenas prácticas convierten la sostenibilidad en un hábito compartido, no en una obligación impuesta. Y aquí conviene hacerse una última pregunta: ¿estamos formando a las personas o únicamente pidiéndoles que reciclen?

El camino hacia el residuo cero no es un destino perfecto, sino una transformación progresiva y medible. Cada avance —un embalaje recuperado, un tejido reciclado, un proceso desmaterializado— suma en competitividad, reputación y cumplimiento normativo. En un contexto donde la sostenibilidad empieza a diferenciar a las empresas que evolucionan de las que se quedan atrás, la cuestión final queda en el aire: ¿queremos ser compañías que hablan de sostenibilidad o compañías que la practican?

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